Y entre estos impulsos fundamentales, el más poderoso, el más primitivo y salvaje es, quizás, el miedo. Pero no el miedo a los múltiples peligros que acechan al hombre, sino ese miedo inexpresable que se relaciona misteriorsamente con el sentimiento de nuestra identidad. al parecer, la conciencia de ser un "yo", un punto privilegiado en el mundo, un recomienzo de un todo a la luz de la reflexión, es siempre precaria y está íntimamente atormentada por las dudas, como si el mundo fuera sólo apariencia y la lógica un instrumento de eficacia limitada. Sentimos la amenza perpetua del peligro de disolución que perturba secretamente nuestro pensamiento. No nos resignamos a morir. Llegamos a aceptar, místicamente, no ser nada. Pero lo que destruye al ser humano con una convulsión epiléptica es la intuición de que lo que es, no es, es decir el sí y el no simultáneos.
Fragmento de La Novela Policial (ver recomendados).
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